

Para que los pueblos de Europa redescubran la belleza, la bondad y la verdad del Evangelio que dan alegría y esperanza a la vida.
Le dirijo mi cordial saludo a usted, a los obispos, a los responsables nacionales y a los jóvenes reunidos durante estos días en Roma para el iv Congreso europeo de pastoral juvenil, organizado por el Consejo pontificio para los laicos en colaboración con el Consejo de Conferencias episcopales de Europa sobre el tema: Una Iglesia joven, testigo de la alegría del Evangelio.
Después de tres encuentros de los años noventa, volvéis a «caminar juntos por los caminos de Europa». Os invito a tener presente que, a lo largo del camino, mientras conversamos y discutimos juntos, Jesús en persona se acerca y camina con nosotros (cf. Lc 24, 15). Como los discípulos de Emaús, dejemos que Él nos abra los ojos para reconocerlo, ayudándonos a encontrar en Él mismo el sentido de esta difícil pero apasionante etapa de la historia que se nos concede vivir juntos.
Vosotros, que trabajáis en el campo de la pastoral juvenil, realizáis una tarea valiosa para la Iglesia. Los jóvenes tienen necesidad de este servicio: de adultos y coetáneos maduros en la fe que los acompañen en su camino, ayudándoles a encontrar el sendero que conduce a Cristo. Mucho más que en la promoción de una serie de actividades para los jóvenes, esta pastoral consiste en caminar con ellos, acompañándolos personalmente en los contextos complejos, y a veces difíciles, en los que están insertados.
La pastoral juvenil está llamada a captar los interrogantes de los jóvenes de hoy y, a partir de ellos, a comenzar un diálogo verdadero y honrado para llevar a Cristo a su vida. Y en este sentido, un verdadero diálogo lo puede entablar quien vive una relación personal con el Señor Jesús, que se expresa en la relación con los hermanos.
Por este motivo os habéis reunido, para crear una «red» de conocimientos y amistades a nivel europeo, gracias a las cuales los responsables de la pastoral juvenil del continente puedan compartir las experiencias vividas «sobre el terreno» y las cuestiones que derivan de ellas. Sabemos muy bien que hay mucho por hacer. Os pido que nunca os canséis de anunciar el Evangelio con la vida y con la palabra: ¡La Europa de hoy tiene necesidad de redescubrirlo!
Por lo tanto, deseo animaros a considerar la realidad actual de los jóvenes europeos con la mirada de Cristo. Él nos enseña a ver no sólo los desafíos y los problemas, sino también a reconocer las tantas semillas de amor y de esperanza esparcidas en el terreno de este continente, que ha dado a la Iglesia un gran número de santos y santas, y ¡muchos de estos son jóvenes! No olvidemos que hemos recibido la tarea de sembrar, pero que es Dios quien hace crecer las semillas que sembramos (cf. 1 Co 3, 7).
Mientras sembráis la Palabra del Señor en este vasto campo que es la juventud europea, tenéis la ocasión de testimoniar las razones de la esperanza que hay en vosotros, con dulzura y respeto (cf. 1 P 3, 15). Podéis ayudar a los jóvenes a darse cuenta de que la fe no se contrapone a la razón, y así acompañarlos para que lleguen a ser protagonistas felices de la evangelización de sus coetáneos.
MENSAJE A LOS PARTICIPANTES
EN EL IV CONGRESO EUROPEO DE PASTORAL JUVENIL
PADRE FRANCISCO
11 de diciembre de 2014
© Copyright 2014 – Libreria Editrice Vaticana
COMENTARIO
“Europa confundida acerca de su identidad“
Este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la promulgación del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, que inauguró una nueva era de relaciones ecuménicas y de compromiso en la búsqueda de la unidad de los discípulos de Cristo. Para todos nosotros, el trabajo de la Comisión internacional de diálogo católica-veterocatólica desempeña un papel significativo en la búsqueda de una creciente fidelidad a la oración del Señor «que todos sean uno» (Jn 17, 21). Fue posible construir puentes de entendimiento recíproco y de cooperación práctica. Se realizaron acuerdos y detectaron diferencias de manera cada vez más precisas, situándolas en contextos nuevos.
Si, por una parte, nos alegramos cada vez que podemos realizar ulteriores pasos hacia una comunión más firme de fe y de vida, por otra, nos entristecemos al tomar conciencia de los nuevos desacuerdos que surgieron entre nosotros en el curso de los años. Las cuestiones eclesiológicas y teológicas que acompañaron nuestra separación son ahora más difíciles de superar por causa de nuestra creciente distancia sobre temas concernientes al ministerio y al discernimiento ético.
El desafío que católicos y veterocatólicos tienen que afrontar es, por consiguiente, el de perseverar en un diálogo teológico sustancial y continuar caminando juntos, rezando juntos y trabajando juntos con un espíritu más profundo de conversión a todo lo que Cristo quiere para su Iglesia. En nuestra separación existieron, por ambas partes, pecados graves y debilidades humanas. Con un espíritu de mutuo perdón y de humilde arrepentimiento, ahora necesitamos fortalecer nuestro deseo de reconciliación y de paz. El camino hacia la unidad inicia con una conversión del corazón, con una conversión interior (cf. Unitatis redintegratio, 4). Es un viaje espiritual desde el encuentro a la amistad, de la amistad a la fraternidad, de la fraternidad a la comunión. A lo largo del recorrido, el cambio es inevitable. Tenemos que estar siempre dispuestos a escuchar y seguir las sugerencias del Espíritu que nos guía hacia la verdad plena (cf. Jn 16, 13).
Mientras tanto, en el corazón de Europa, tan confundida acerca de su identidad y su vocación, existen muchas zonas en las que católicos y veterocatólicos pueden colaborar, tratando de responder a la profunda crisis espiritual que afecta a los individuos y a la sociedad. Hay sed de Dios. Hay un profundo deseo de redescubrir el sentido de la vida. Y hay una urgente necesidad de dar un testimonio creíble de las verdades y de los valores del Evangelio. En esto podemos apoyarnos y alentarnos mutuamente, sobre todo a nivel de parroquias y de comunidades locales. En efecto, el alma del ecumenismo consiste en la «conversión del corazón» y en la «santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos» (Unitatis redintegratio, 8). Orando unos por otros y unos con otros, nuestras diferencias serán aceptadas y superadas en la fidelidad al Señor y a su Evangelio.
DISCURSO A UNA DELEGACIÓN
DE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
DE OBISPOS VETEROCATÓLICOS DE LA UNIÓN DE UTRECHT
PADRE FRANCISCO
30 de octubre de 2014
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