PARA QUE MEDIANTE EL DIÁLOGO Y LA CARIDAD FRATERNA, CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, SE SUPEREN LAS DIVISIONES ENTRE LOS CRISTIANOS.
«¿Está dividido Cristo?» (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año.
El Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: «Yo soy de Pablo»; otros, sin embargo, declaran: « Yo soy de Apolo»; y otros añaden: «Yo soy de Cefas». Finalmente, están también los que proclaman: «Yo soy de Cristo» (cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros.
En esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, «en nombre de nuestro Señor Jesucristo», a ser unánimes en el hablar, para que no haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo pensar y un mismo sentir (cf. v. 10). Pero la comunión que el Apóstol reclama no puede ser fruto de estrategias humanas. En efecto, la perfecta unión entre los hermanos sólo es posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo (cf. Flp 2,5). Esta tarde, mientras estamos aquí reunidos en oración, nos damos cuenta de que Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia sí, hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y confiado en las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a la humanidad. Sólo él puede ser el principio, la causa, el motor de nuestra unidad.
Cuando estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no podemos considerar las divisiones en la Iglesia como un fenómeno en cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera significativa: «Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido». Y, por tanto, añade: «Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). Las divisiones nos han hecho daño a todos. Ninguno de nosotros desea ser causa de escándalo. Por eso, todos caminamos juntos, fraternalmente, por el camino de la unidad, construyendo la unidad al caminar, esa unidad que viene del Espíritu Santo y que se caracteriza por una singularidad especial, que sólo el Espíritu santo puede lograr: la diversidad reconciliada. El Señor nos espera a todos, nos acompaña a todos, está con todos nosotros en este camino de la unidad.
Queridos amigos, Cristo no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Me es grato recordar en este momento la obra del beato Juan XXIII y del beato Juan Pablo II. Tanto uno como otro fueron madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad y, una vez elegidos Obispos de Roma, han guiado con determinación a la grey católica por el camino ecuménico. El papa Juan, abriendo nuevas vías, antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras.
La obra de estos Pontífices ha conseguido que el aspecto del diálogo ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él quiere. Y caminar juntos es ya construir la unidad. […]
CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS EN LA SOLEMNIDAD DE LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO
PADRE FRANCISCO
HOMILÍA
25 de enero de 2014
© Copyright 2014 – Libreria Editrice Vaticana
COMENTARIO
La comunità cristiana in tre pennellate
Armonía, testimonio, atención a los necesitados: «tres pinceladas» de la imagen que representa a una comunidad cristiana, obra del Espíritu Santo según el modelo del «pueblo nacido de lo alto», personas «que aún no se llamaban cristianos» pero sabían dar testimonio de Jesucristo. Es la imagen presentada por el Papa el martes 29 de abril, por la mañana, durante la misa en Santa Marta. Se refirió a un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (4, 32) para subrayar cómo la Iglesia, tras recordar durante toda la semana de Pascua el sentido del «renacer de lo alto», presenta ahora la imagen de lo que era «la comunidad de los nuevos cristianos»: un «pueblo recién nacido», formado por personas que «aún no se llamaban cristianos».
«La multitud de aquellos que se habían convertido en creyentes —destacó— tenía un solo corazón y una sola alma: y este es el primer rasgo». El segundo lo constituye el hecho de que se trataba de una multitud que «con gran fuerza daba testimonio del Señor Jesús». El tercero es que entre ellos «nadie pasaba necesidad».
Son las «tres peculiaridades —explicó el Santo Padre— de este pueblo renacido: la armonía entre ellos, la paz; el testimonio fuerte de la resurrección de Jesucristo y los pobres». Sin embargo, «no siempre funcionó así», añadió. En efecto, con el paso del tiempo «llegaron las luchas internas, las luchas doctrinales, las luchas de poder entre ellos. Incluso en la relación con los pobres surgieron problemas; las viudas se lamentaban de que no se las atendía bien»: en resumen, no faltaban dificultades.
Sin embargo, esta imagen muestra cómo deber ser realmente «el modo de vivir de una comunidad cristiana», de quienes creen en Jesús. Ante todo, destacó el Papa Francisco, es necesario construir un clima en el que reine «la paz y la armonía. “Tenía un solo corazón y una sola alma…”. La paz, una comunidad en paz. Esto significa —añadió— que en esa comunidad no había espacio para las murmuraciones, las envidias, las calumnias, las difamaciones», sino sólo para la paz. Porque «el perdón, el amor, lo cubría todo».
Para calificar a una comunidad cristiana de este modo —especificó el Papa Francisco— «debemos preguntarnos: ¿cuál es la actitud de los cristianos? ¿Son mansos, humildes? ¿En esa comunidad hay luchas entre ellos por el poder, conflictos por la envidia? ¿Se critica? Entonces no van por la senda de Jesucristo». La paz en una comunidad, en efecto, es una «peculiaridad muy importante. Tan importante porque el demonio trata de dividirnos, siempre. Es el padre de la división; con la envidia, divide. Jesús nos hace ver este camino, el camino de la paz entre nosotros, del amor entre nosotros» […]
MISAS MATUTINAS
La comunidad cristiana en tres pinceladas
PAPA FRANCISCO
29 de abril de 2014
© Copyright 2014 – Libreria Editrice Vaticana